El 8 de agosto de 1798 Goya pintó en la Ermita de San Antonio de la Florida (Madrid)

En la Corte de Carlos IV había una gran devoción por San Antonio, por lo que se le construyó una ermita y se le mandó al aragonés pintar los frescos con total libertad. Así que Goya disfrutó como nunca con una obra que no se libró de la polémica.